Bueno, si lo supiera exactamente dirigiría, no uno, varios medios de comunicación. De todas formas, tanteando en la oscuridad, entre informaciones confusas y los gritos racistas de Nicolas Sarkozy, Ministro del Interior, trataré de echar algo de luz sobre el asunto.
Hoy hablaba con alguien, que vive desde haca casi tres décadas en Francia, muy cerca de varios de los barrios de París, en los que se están produciendo los mayores disturbios. La sensación es que nada se ha hecho, durante casi tres generaciones de inmigrantes, por integrarlos a la sociedad francesa. Por supuesto la derecha aprovecha la delicada situación, aún poco clara, para solicitar la expulsión de esa pobre gente (expulsión, que hace unas horas también sostenía como salida, un enajenado Nicolas Sarkozy), que sobrevive en los márgenes de una de las ciudades más ricas de Europa.
Para integrarse no basta con la intención de aquellos que llegan esperanzados a una nueva tierra, si allí no sólo no encuentran trabajo, o si lo hacen es en condiciones de explotación, y se suma el racismo y la intolerancia religiosa. Resulta fácil colgar el cartel de "Islam", a modo de descalificación, como una forma brutal e ignorante de despreciar a otros seres humanos, tan humanos, como esos franceses que "en apariencia" apoyan hasta en un 73% las medidas represivas para superar esta crisis.
No desconozco que la violencia que se ve en estos días en Francia no es algo agradable, pero veo al gobierno de Francia con una venda en los ojos, que se levanta sólo para ver como tentar a la derecha más reaccionaria para sumarla al caudal electoral, bastante castigado, aún desde antes de los incidentes que empezaron la semana pasada.
Ahora surgen muchas preguntas, pues debería pensarse si algo se aprende de todo esto, o si, simplemente, esperamos que una gran y mágica hoguera haga humo todos los males del mundo.
Bueno, el camino es más difícil, no hay trucos de magia, sólo trabajo. No hay sociedades que salgan adelante por la vía rápida, entenderse, más allá de las identidades culturales, históricas y religiosas, sigue siendo una deuda, y triste es decirlo, no sólo en Francia.
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